lunes, 11 de octubre de 2010

Adaptación

Mi llegada al país de la birra fue bastante tranquila. Aterricé en el aeropuerto de Frankfurt-Hahn tras más de dos horas de enclaustramiento en un pequeño avión de Ryanair. Tras coger el ticket del bus con destino a Köln (por 15 euros) me dirigí a la dársena. Llegué por los pelos, pero en unos minutos ya estaba rumbo a la ciudad de la Kölsch. La ciudad me dio la bienvenida mientras sonaba Feeling Good en mi mp3, con el Rhein y la catedral de fondo. Como no me conseguí entender bien con la burocracia telefónica alemana, para la primera noche me fui a un hotel cerca de la universidad. Dediqué la tarde a pasear para ubicarme bien... ¡aún tenía muchas cosas por delante para hacer!

El campus universitario es realmente bonito. Köln tiene muchas zonas verdes y está, en general, bastante bien cuidado todo.



A la mañana siguiente me cogí un taxi para ir hasta Efferen. Tenía algo claro cómo iba el tranvía (S-bahn), pero mi maleta pesaba un quintal y medio, así que me decidí a hacer un gasto extra. Tras coger la llave en la oficila central, me dirigí a mi nuevo hogar. He de decir una cosa: al principio no estaba convencida de venir aquí, porque pilla un tanto lejos del centro, pero... Efferen mola. Efferen mola un montón. Y a mí en concreto me tocó una zona que creo que es de las mejores: las casitas de madera rojas.



En cada casita hay cuatro bloques, y cada bloque se compone de cuatro habitaciones. Habitaciones enormes. Enormes, en serio. En mi bloque comparto casa con un portugués (Henrique), una alemana (Sabrina) y una vallisoletana (Esther). La verdad es que la convivencia es muy agradable... :)

A partir de ahí todo empezó a ser mucho más cómodo. A partir del momento en el que tienes la llave de tu habitación, ya tienes un lugar al que volver que sea tuyo.

En el fondo, parte de mí ya considera a este lugar su segundo hogar.

viernes, 8 de octubre de 2010

Datos curiosos sobre los alemanes (1)

Estoy haciendo un listado de las pequeñas cosas que me van llamando la atención del país de la birra y sus habitantes. ¡He aquí la primera entrega!


-Los alemanes solían aplaudir en los aviones al aterrizar, pero ahora lo empiezan a considerar pasado de moda. Se escucha alguna palmada aislada, pero nada más.

-Tienen tantos tonos de verde como en Galicia.

-Sus espantapájaros son señores orondos y sonrientes.

-Hay bicis por todos lados. Sobre ellas va una fauna de lo más variopinto, desde ejecutivos con traje a monjas con chanclas y calcetines.

-Es posible hacer jogging mientras se bebe cerveza.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Toda historia tiene un principio...

... y la mía empieza en Santiago de Compostela. Con una maleta sin hacer y pocas ganas de despedirme de la gente. Con la ilusión de pasar un año valiéndome por mí misma y la congoja de dejar atrás a la gente a la que quiero. Es curiosa la vorágine de sentimientos que acechan a un futuro Erasmus. Por una parte estás deseando llegar a la ciudad de destino, y por otra desearías poder trasladar toda tu vida intacta hasta allí, aunque eso sea imposible.


Pero el tictac del reloj sigue sonando, y tu tiempo en tu hogar se termina. Es la hora de coger las maletas, subirse a un avión y enfrentarse a lo desconocido. A otras culturas, a otras formas de pensar. A otras formas de vivir. Y de algún modo, te sientes por fin verdaderamente independiente. De repente, eres libre.


Y eso es lo que da miedo.